Con los dientes apretados, con el puño cerrado. Es un grito seco en la fría noche del Nagai Stadium, de esta ciudad. River celebra un angustiante pase a la final del Mundial de Clubes. Los jugadores se abrazan en el campo de juego, lo mismo hace el cuerpo técnico en el banco. El peso de 90 minutos extenuantes quedó atrás: los millonarios se garantizaron su lugar en la gran fiesta.
Pero para eso debió sufrir, y mucho. Fue por ese cabezazo de Lucas Alario, ese pibe que está iluminado y como un faro se elevó para decretar el 1-0 ante Sanfrecce Hiroshima, un equipo que hizo preocupar a una formación millonaria atada, imprecisa, sin profundidad y que resistió una vez más por las atajadas deMarcelo Barovero.
Lo que empezó como una fiesta en un estadio con 15 mil hinchas millonarios que montaron el Monumental en Japón terminó en un sufrimiento que le hizo remover las tripas a más de uno. La final estaba cerca, River se creía en casa. El camino a la definición resultó tan extenuante como el viaje de Buenos Aires a Osaka. El equipo deMarcelo Gallardo espera rival para la definición del domingo (a las 7.30 de la mañana), una final que todo Núñez espera jugar ante Barcelona, que mañana (también a las 7.30) se medirá contra Guangzhou Evergrande, de China.
El Muñeco corrió a abrazarse con Matías Biscay. Gritó, se desahogó. Vivió el partido preocupado, pegado a la línea de cal como si se mimetizara con la gente. Por eso, ese alarido del técnico cuando Alario marcó el gol. Iban 26 minutos del segundo tiempo cuando Tabaré Viudez ejecutó un centro, Maidana se esforzó para bajarla y Alario cabeceó con el arco casi libre. Como en la semifinal y la final de la Libertadores, el delantero, de 23 años, vuelve a marcar otro gol inolvidable, un tanto que revivió a un equipo que en la parte final del primer tiempo llegó a estar contra las cuerdas.