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23/08/2015 11:52 hs

El desafío de manejar en un entorno machista

Argentina - 23/08/2015 11:52 hs
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Al frente de medios de transporte, avanzan pese a las críticas

Cuando empezó, se burlaban de ella. Sus colegas hombres la mandaban a "lavar los platos". Ponían en duda su capacidad para volar un avión, la desafiaban. Hace apenas unos meses, durante un vuelo a Nueva York, sufrió el desprecio de un comandante que volaba junto a ella, pero pensó que era mejor no confrontar porque aún quedaban por delante 10 horas de vuelo. Fernanda Coronel tiene 41 años y hace 24 que es piloto comercial de avión. Actualmente, se desempeña en Aerolíneas Argentinas.

Ella es una de las tantas mujeres que trabajan en el transporte, un ámbito de tradición machista en el que deben abrirse camino imponiendo su conocimiento e impronta y sobreponiéndose a los prejuicios. De hecho, aun hoy el ferrocarril no incorpora mujeres en la conducción porque rige un convenio de 1887 que sostiene que el plantel debía estar conformado sólo por hombres.

Raquel Montañez es empleada en el subterráneo porteño: es la única mujer maquinista especializada. Y hay más: Jesusa Benguria es la primera conductora mujer del Premetro e Isabel Rivas conduce un taxi. Todas tienen una característica en común: la perseverancia.

En la Capital, entre el subte y el Premetro hay 628 maquinistas. Según datos de la concesionaria Metrovías, son 536 hombres que conducen las distintas formaciones y tan sólo 92 mujeres. Dentro de la comunidad de choferes de taxis, hay más de 18.000 hombres y 600 mujeres. Y en el área de la aviación, el porcentaje también es reducido: se estima que sólo el 1% de los comandantes y copilotos son mujeres.

Fernanda Coronel es delgada, tiene el pelo lacio y un tono de voz que se impone. Su abuelo era piloto, pero a ella, de chica, no la entusiasmaba demasiado volar. Tampoco tenía muy en claro cuál era su vocación; lo descubrió a los 17 años, cuando su papá la llevó a un curso para conducir un helicóptero. Después de su primera hora de vuelo, entendió que a eso quería dedicarse por el resto de su vida.

"A los 21 años tuve mi primer trabajo en aviones de carga. Llevaba diarios, volaba de noche. Es difícil que tus afectos entiendan que este trabajo te quita tiempo, pero yo no me veo haciendo otra cosa", aclara Coronel.

Cuando cuenta su historia se ríe y levanta las cejas, como hurgando en su memoria. En 2001, en plena crisis económica, Fernanda se quedó sin trabajo. Comenzó a ganarse la vida como secretaria, como recepcionista, como chef. Pero siempre quiso volver a volar.

El machismo que se vive en el ámbito de la aviación nunca fue un impedimento para Fernanda, aunque admite que le resulta un tanto incómodo. "Se genera una especie de competencia en la que el hombre no soporta ser menos. «Yo debería estar volando el avión que estás volando vos», escuché alguna vez. Y pensaba, entre mí, que me había ganado el lugar con mucho esfuerzo."

Pese a todo, Fernanda se ríe a carcajadas. En 2006 logró su máximo objetivo: entrar en Aerolíneas Argentinas. En 2007 hizo su primer vuelo, a Trelew. "No podría olvidar ese viaje. Fue el momento en el que mi dedicación dio sus frutos", recuerda.

La piloto sostiene que se lleva muy bien con los hombres que tienen ganas de llevarse bien con ella; los que no, prefiere ignorarlos. Recuerda sus primeros meses como los más hostiles entre sus compañeros, pero de a poco se fue abriendo camino. Hoy es copiloto de vuelos internacionales y pilotea un Airbus 330, uno de los aviones más grandes de la aerolínea. "Disfruto del camino recorrido y estoy muy plantada en mi lugar. Ahora acumulo experiencia para postularme al examen para comandante", aclara.

Raquel Montañez es, sin dudas, otra mujer que sabe bien lo que quiere. Ella es conductora especializada de subte, hoy en la línea H. Tiene 49 años y hace 21 que trabaja para la empresa Metrovías. Es salteña, de cara redonda y gestos sutiles. Vino a Buenos Aires a los 18 años en la búsqueda de un futuro mejor. Su familia era trabajadora y heredó de su padre, ferroviario, el amor por los trenes.

"Vine con la idea de estudiar bioquímica, pero tuve que salir a buscar un empleo para mantenerme. Mientras trabajaba estudié para ser técnica ferroviaria y luego hice la especialización, que es la categoría más alta. Soy la única mujer en este escalafón", cuenta Raquel, orgullosa.

Asegura que no tiene muchos inconvenientes con los hombres, que la respetan por ser quien es. Aunque aclara que la "han mandando a lavar los platos varias veces". Una frase recurrente hacia las mujeres que están detrás de un volante. "Pero inmediatamente marco el límite. Ocurre lo mismo con la gente que mira de reojo, con desconfianza. Yo hago bien mi trabajo y eso es suficiente para demostrar quién soy", reflexiona.

Jesusa Benguria es otra mujer que sabe imponerse. "Nena, acá vas para adelante o te pasan por arriba. A mí, vasca y cabeza dura, no me van a ganar." Jesusa es abuela, pero no quiere jubilarse todavía; tiene 68 años y es la primera mujer conductora del Premetro en la ciudad. Insertarse en un mundo de hombres no le fue nada fácil. Entró a la empresa por casualidad, a raíz de un pedido en los clasificados. Se desempeñó en la boletería, luego como guarda y, cuatro años atrás, la convocaron para conducir el Premetro, que une la línea E del subte con el barrio porteño de Villa Soldati.

"Al principio me costó, porque los hombres conducían el Premetro desde hacía 25 años. Me decían que no iba a poder manejar, que me iba a patinar en la vía. Y yo soy hija de vascos. ¡Para qué... No les iba a dar el gusto!", se ríe Jesusa.

Camina entre las formaciones, con un uniforme impecable y un peinado muy cuidado. Asegura que a los compañeros hombres les llevó un año asimilar su presencia. Y que los pasajeros aún se sorprenden cuando ven a "una abuela" al volante.

"Hoy, a la gente no le llama tanto la atención ver mujeres manejando taxis. Antes, observaban si lo hacía bien", cuenta Isabel Rivas, chofer de un auto de alquiler en la Capital. Tiene 66 años y trabaja desde los 39 en transporte público; entró en este mundo con Pablo, su marido, y dice que no se imagina su vida sin trabajar.

"Nunca disfruté de estar en mi casa, soy muy activa. He llorado, porque éste es un país muy machista. Pero siempre voy para adelante", dice Isabel. Su día empieza a las 6 y termina a las 20. Siempre cuida mucho su imagen; hasta se pinta las uñas. "Trabajo para el pasajero, tengo que estar impecable", aclara.

Isabel tiene un carácter fuerte y la seguridad para enfrentarse a un colectivero que "le tira" el ómnibus encima cuando está conduciendo. Lucha por su espacio cuerpo a cuerpo, a pesar de las dimensiones que, claramente, no la benefician.

Unas y otras sostienen que hombres y mujeres son iguales en todos los ámbitos. Ellas, las cuatro damas al volante, defienden la igualdad y pregonan, todos los días, su trabajo. En la calle, en sus casas, en sus vidas. (La Nación)

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