Drama invernal
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17/09/2014 00:01 hs

Sobre la hora de la gran decisión, los nervios carcomen a toda Escocia

Internacionales - 17/09/2014 00:01 hs
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Bajo el cielo brumoso de Leith, en el nordeste de la capital escocesa, Gran Bretaña es una moneda en el aire.

Fiona Harris abre la puerta de su casa y se encuentra con dos desconocidos que le sonríen. Llevan camperas rojas y una pila de folletos en la mano en los que se distingue una palabra: NO. "Queremos contarle por qué estaremos mejor si seguimos juntos. ¿Tiene un minuto?", pregunta uno de ellos.

Otra docena de militantes contra la independencia de Escocia se despliega a lo largo de la calle. Un grito repentino los paraliza: "¡Váyanse a la maldita Inglaterra!".

Asomado por la ventana de un segundo piso, un cuarentón con pinta de ex rugbier agita una bandera azul con la cruz blanca de San Andrés y tres letras pintadas en el medio: AYE. "Sí", en la jerga escocesa.

En barrios como Leith, tierra de indecisos, los brotes de pasión se hacen más notables cuando faltan pocas horas para el día histórico en que cuatro millones de escoceses deben decidir sirompen con el Reino Unido y proclaman un nuevo Estado independiente. La batalla por los votos se libra puerta a puerta.

Perdidos como nunca, los encuestadores admiten que no pueden predecir qué pasará. "De los sondeos de los últimos días se deduce que estamos en un escenario no muy lejano al 50/50. Resulta muy complicado calcular una conducta para la que no hay antecedentes", dice el politólogo John Curtice, a cargo del panel de análisis de encuestas What Scotland Thinks (Lo que Piensa Escocia).

La ansiedad desborda a los dos bandos. Para bien o para mal, mañana puede cambiar drásticamente la vida no sólo de los escoceses, sino de todos los británicos.

Acaso el tamaño de la responsabilidad explica los vaivenes de los sondeos de opinión, de la cómoda ventaja del no al auge del sí, de la euforia secesionista al repunte del "no sé".

"Es angustiante -admite Fiona Harris, cuando los voluntarios pro unión dejan su casa-. Por un lado, me ilusiona la idea de vivir en una Escocia gobernada por escoceses. Por otro, me pregunto: ¿qué pasará con mis ahorros si los bancos se van a Inglaterra?, ¿qué moneda vamos a usar?, ¿van a poner controles en la frontera?, ¿vamos a poder sostener la salud pública? Y no tengo respuesta."

La duda atormenta con más fuerza a los indecisos a partir de la desesperada promesa del gobierno británico del conservador David Cameron de que cederá amplísimos poderes al Parlamento de Edimburgo en caso de que gane el no. "¿Vale la pena optar por la incertidumbre de romper Gran Bretaña si se puede conseguir una «independencia light» sin riesgos?", dicen algunos. "¿Por qué estarán tan desesperados porque nos quedemos?, ¿será que el peligro es para ellos?", alegan otros.

Todo lo que venga de un tory (conservador) despierta sospechas en Escocia, una región de marcado perfil socialdemócrata. De hecho, los recortes y privatizaciones en sanidad y educación que impulsó Cameron encendieron la llama del separatismo, motorizado por el Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés) y por su líder, Alex Salmond.

"Votemos sí y terminemos para siempre con los tories", decía un cartel gigante montado sobre una camioneta de campaña que recorría ayer los barrios de la periferia de la capital. "Tenemos la oportunidad de nuestra vida de que dejen de mandar en nuestra tierra gobiernos que nunca elegimos. Sacarnos de encima a los tories... ¡qué sueño!", se ilusionaba Kevin Mullan, el conductor.

Pero los militantes de la independencia arden también contra los laboristas. Ayer lo sufrió en persona el líder del partido, Ed Miliband, que viajó a Edimburgo para hacer un último ruego por la unidad de Gran Bretaña. "¡Mentiroso! ¡Asesino serial!" Los insultos de un centenar de manifestantes con carteles independentistas interrumpieron la actividad de prensa que protagonizaba Miliband en un shopping. Entre empujones y amenazas, tuvieron que sacarlo por una puerta de emergencia.

Miliband había firmado ayer mismo junto a Cameron y el liberal Nick Clegg el compromiso de darle más poderes a Escocia si se mantiene la unión.

"Primero nos asustaron con cuentos de terror. Ahora nos quieren comprar con promesas como si fuéramos niños", se quejaba enfurecido Rob McEwen, uno de los activistas que "echó" a Miliband.

OFERTAS

Los convencidos de la independencia braman contra las ofertas de última hora, que vinculan con el pánico que causa un triunfo posible del sí. Los unionistas celebran que se les garantice "lo mejor de ambos mundos": la autonomía escocesa con la previsibilidad y fortaleza británica.

El problema es que la elección parece en manos de un número creciente de gente que pide hasta el último día para tomar la decisión política más importante de su vida.

"El gran desafío de estas 48 horas es encontrar a esos votantes, si es posible uno por uno, y tratar de explicarles por qué deben votar que sí", explica Stuart McDonald, vocero de la campaña independentista.

El tesoro está en los barrios obreros y de clase media del cordón central que va de Glasgow a Edimburgo. Áreas de tradición laborista en las que el mensaje esperanzador del SNP empezó a prender en las últimas semanas por encima de las advertencias sobre el peligro que implicaría romper 307 años de unión.

"Lo que va a definir el referéndum es la percepción sobre qué pasará con la economía de Escocia en caso de que se independice", opina el encuestador Peter Kellner, de YouGov.

Esa consultora publicó hace 10 días la primera encuesta que le dio la primacía al separatismo y que encendió alarmas en Londres, pero cinco días después vaticinó un triunfo del no.

Según su visión, la campaña del sí logró hace dos semanas revertir el pesimismo dominante durante casi todo el año. Pero cuando se reveló el giro en la opinión pública, la reacción británica (que incluyó la amenaza de que las grandes empresas radicadas en Escocia se mudarían al Sur y la negativa a compartir la libra esterlina) reinstaló las sombras sobre el futuro.

¿Y cuánto más puede volver a cambiar? El consultor Martin Boon, de ICM, dijo ayer a la BBC que los encuestadores podrían sufrir "un Waterloo" en el referéndum. Señaló la combinación de dos factores de incertidumbre: la enorme cantidad de gente que no suele votar y que esta vez se presentará para apoyar el sí y los llamados "unionistas tímidos", que prefieren declararse como indecisos porque perciben que rechazar la independencia puede sonar "poco patriótico".

Es cierto que en las ventanas de Edimburgo abundan las banderas con consignas independentistas, mientras que los defensores de seguir en Gran Bretaña a lo sumo exhiben un pin en la solapa.

Pero aun así las discusiones se calientan día tras días al filo de la votación. Murray Sauder, encargado de un pub frente a la estación de Haymarket, contaba anoche con angustia: "Hay que estar atento a cada conversación. De un segundo para otro pueden terminar las sillas por el aire.". (La Nación)

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