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21/05/2023 00:00 hs

El aroma de la tormenta

Río Cuarto - 21/05/2023 00:00 hs
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Hay un día, una hora, sin ningún tipo de señal o advertencia en el que la vida te deja una tormenta frente a tus ojos que debés atravesar. Transitarla es una experiencia que no se puede transferir, sólo relatarla...
Un texto de Marcelo Arbillaga.

Imprevistamente, como de la nada, sin ningún tipo de señal o advertencia, la vida nos deja un problema olvidado en el medio del camino.

O como la madre de todos los problemas. Quizás porque volvemos a percibir ese conocido aroma en el aire o por cómo se hamacan las hojas movidas por el viento, adivinamos la inminencia de la tormenta.

Nos miramos al espejo sin aliento. Tratamos de confirmar que sí, que somos nosotros, que nos eligieron, que salimos sorteados, que nos tocó. A continuación, se desatan todos los miedos, los fantasmas, las angustias. Viejos lobos conocidos vuelven a atacar como otras veces, sabiendo exactamente donde morder, donde golpear, como insuflarnos todo el miedo y la angustia del mundo. Una vez más desempolvamos las armas, recogemos las armaduras olvidadas y partimos hacia el frente. Invocamos a todos los santos, a todos los amigos, a todas las magias. Maldecimos, lloramos, suplicamos y nos rasgamos las vestiduras y finalmente nos disponemos a pelear.

Una enfermedad, un sufrimiento, un hijo, una desidia, una muerte o sólo un desamor. La angustia se filtra en nuestro ADN provocando ese viejo ahogo conocido de los que sufrimos en la vida. ¿Todos?

No se amputa, no se corta, no se muere. Ese dolor maestro sabe donde quedarse aferrado en las entrañas. ¿Viste que nada lo mata? Nada lo engaña. Nunca duerme. Es más, él nos despierta de noche cuando por fin podemos dormir un rato, como un gato en un viejo almohadón acomoda sus uñas para cambiar de posición y parece, quedarse para siempre. A veces me deja sin aire, a veces quiero suicidarme de él, o desprenderlo aunque me desgarre todo y me desangre. Quise pactar, sobornarlo, mentirle, intercambiar rehenes y ponerme a su disposición, No hay caso. Nunca habla. No cede. 

La última vez, viendo las sombras y las luces proyectadas en el patio, presentí la primera de las mejorías. La angustia en mi vientre ya no era un feroz pulpo obscuro, sus tentáculos tremendos habían empezado a desdibujarse. Pude respirar cada vez más profundo y aliviado y más fresco en la medida que todo mutó. Dejó de ser él, para ser él y  yo. Ya somos uno. Me dejó sus enseñanzas, me hizo más sabio, seguro más duro. Ya no lo odio. Lo dejo partir hacia el fondo de mí ser como parte indivisible de mi destino en esta tierra que definitivamente es un regalo. La tormenta se ha calmado, el viento frío amainó y en el patio viejo, eternamente danzan esas luces y esas sombras.
 
Marcelo Arbillaga 
Comunicador
Jefe de locutores de LV16

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