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08/01/2022 10:44 hs

Putin aprovecha la rebelión en Kazajistán para expandir la influencia de Rusia

- 08/01/2022 10:44 hs
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La región representa el corazón del proyecto del Kremlin de reconstruir el desaparecido imperio soviético y es vista por el presidente como su propia esfera de dominio.

Visiblemente superado por la situación, el régimen de Kazajistán pidió socorro esta semana a Rusia y sus aliados de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Moscú no se hizo esperar: en pocas horas, 2500 militares ingresaron en ese país de Asia Central con la intensión de apagar otra más de las cada vez más numerosas sublevaciones populares que agitan los territorios de la ex-Unión Soviética.

Una región que Vladimir Putin ve como su propia esfera de influencia y está dispuesto a conservar.

Kirguistán, Kazajistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán: esos cinco países forman la zona considerada como Asia Central. Situada entre Irán, China y Rusia, esa región enclavada del mundo está lejos de hacer la actualidad y nunca despierta demasiado interés. No obstante, en el vértice del mundo persa, chino y turco, Asia Central constituye una zona estratégica para las grandes potencias que la rodean y muy particularmente para Moscú. Coto privado del gran vecino ruso, sometida a su permanente injerencia, la región es una pieza clave de la estrategia geopolítica del Kremlin.

La razón es simple: más que cualquier otro sitio, Asia Central representa el corazón del proyecto de Putin de reconstrucción del desaparecido imperio soviético, hasta el punto de ser considerada como “el patio trasero” de Rusia.

“Apenas terminada la debacle estadounidense en Afganistán –en la frontera con Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán–, la celeridad con que el Kremlin actuó para aplacar las recientes sublevaciones populares en Bielorrusia y Kazajistán, son la mejor prueba del interés ruso en la región”, analiza Marie Dumoulin, directora del programa Europa Ampliada en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).

La llegada de Putin al poder, en diciembre de 1999, inició un cambio radical para la política exterior de su país.

“La primera fase de ese proyecto, que va desde su llegada como segundo presidente de la Federación de Rusia hasta la anexión de Crimea, en 2014, corresponde a un período de preparación y consolidación del poderío ruso”, estima Dumoulin, para quien “el elemento central de ese período fue el lanzamiento de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en 2002″.

Seguridad colectiva

Heredero teórico e indirecto de las Fuerzas Armadas soviéticas, el OTSC deriva del Tratado de Tachkent, firmado en 1992 entre seis Estados postsoviéticos –Rusia, Armenia, Kazajistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán– a fin de garantizar la seguridad colectiva de ese nuevo espacio independiente.

Piloteada desde Moscú, esa organización militar plurinacional se esfuerza en unir los países de la zona euroasiática detrás de la idea de la seguridad colectiva regional, que solo una potencia como Rusia puede asegurar. Pero si bien la cooperación militar bajo la égida de la OTSC es considerada satisfactoria por las autoridades rusas, es innegable que la organización nunca llegó a unificar la región en el marco de un organismo intergubernamental. Azerbaiyán, Georgia y Uzbekistán, signatarios del tratado, dejaron el grupo en 1999 cuando el OTSC aún era negociado. En cuanto a Moldavia, Ucrania y Turkmenistán, simplemente jamás adhirieron.

En todo caso, desconocidas para la opinión pública y descuidadas por las políticas exteriores de los Estados europeos, las cinco repúblicas de Asia Central ocupan un sitio fundamental en la estrategia euroasiática de Putin. Independientes desde 1991, construidas dentro de fronteras inestables y alteradas por Stalin en los años de 1930 con fines políticos, las naciones euroasiáticas tratan desde hace 30 años de existir en la escena internacional.

No obstante, a pesar de la dislocación de la URSS y la llegada de políticas de afirmación nacional, los pueblos euroasiáticos se mantuvieron relativamente cercanos a Rusia. Con excepción del Uzbekistán de Islam Karimov (presidente de 1991 a 2016), que siempre desconfió de la preponderancia rusa, los gobiernos de Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán aceptaron rápidamente el peso económico y político de Moscú, así como su función de “árbitro” en materia de litigios interestatales.

“Cuando pierden el control, lo primero que hacen los autócratas euroasiáticos es llamar al Kremlin, como lo demostraron los recientes conflictos en Bielorrusia, Kirguistán y ahora en Kazajistán”, señala Dumoulin.

“A esto es necesario agregar que China, a pesar de todos los gestos de buena voluntad que despliega para hacerse aceptar en la región, ha sido percibida históricamente como un vecino invasor y temible. Y que, por su lado, la estrategia norteamericana en Asia Central siempre se limitó a un apoyo financiero para privatizar la economía postsoviética y utilizar la región como plataforma para luchar contra el terrorismo en Afganistán”, explica Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman.

En esas condiciones, solo Rusia podía asumir el papel de gran hermano, potencia regional mayor, tanto en la orientación política como económica del espacio euroasiático. En términos militares, más allá de la cooperación en el seno de la OTSC, Rusia posee varias bases militares en Kirguistán y Tayikistán, así como unidades permanentes que nunca suele retirar después de cada intervención puntual.

Porque este episodio, en efecto, no es el único. Después de ofrecer, en agosto de 2020, lo que llamó una “asistencia total” para ayudar al dictador bielorruso Alexander Lukashenko a sofocar una gigantesca ola de protestas populares, Putin envió sus “cascos azules” a poner fin a una sangrienta disputa territorial entre Armenia y Azerbaiyán, mientras desplegaba, al mismo tiempo, más de 100.000 soldados en la frontera ruso-ucraniana, con la intención de convencer a Kiev de abandonar su intención de adherir a la OTAN.

Con este nuevo despliegue de fuerza, Putin espera afirmar un poco más la dominación del Kremlin sobre la mayor parte de la esfera exsoviética. Que llegue a conseguirlo es por ahora materia de debates.

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