Los padres que todavía creen que unos “chirlos bien dados a tiempo” en la infancia forjarán adultos más preparados para la vida están equivocados. El castigo físico, cada vez más condenado a nivel social pero todavía practicado puertas adentro, provoca el efecto inverso: chicos que desafían a sus padres, mayor comportamiento antisocial, agresividad, problemas de salud mental y dificultades cognitivas, segúnun meta-análisis que revisó unas 75 investigaciones realizadas en 50 años sobre el tema.

El trabajo publicado en Journal of Family Psychology fue encarado por expertos de las universidades estadounidenses de Texas y Michigan que se centraron en el estudio de investigaciones de las que participaron unos 160 mil chicos. Se trata del estudio más amplio relacionado con los efectos de pegarles con la mano abierta en la cola, los brazos o las piernas, quedado afuera otro tipo de maltratos o abusos.

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"Nuestro análisis se centra en lo que la mayoría conoce como nalgadas y no en comportamientos potencialmente abusivos", aclaró Elizabeth Gershoff, profesora asociado de Ciencias de la Familia y de Desarrollo Humano de la Universidad de Texas. "Encontramos que los azotes se asociaron con resultados perjudiciales no deseados y no con una mayor obediencia inmediata o a largo plazo, que es lo que esperan los padres cuando disciplinan a sus hijos."

Para la investigación se revisó una amplia gama de estudios y en todos -independientemente de sus metodologías y diseños- los azotes se asociaron con resultados negativos. "La conclusión del estudio es que los azotes aumentan la probabilidad de una amplia variedad de resultados no deseados para los chicos, ya que provocan todo lo contrario a lo que los padres buscan", explicó Grogan-Kaylor, profesor asociado de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Michigan y coautor del estudio.

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Los adultos que recibieron este tipo de castigos durante su infancia son más propensos a tener comportamientos antisociales y a experimentar problemas psicológicos, indicaron los especialistas. También tienen una tendencia mayor a aplicar el castigo físico en sus propios hijos, lo que evidencia que este tipo de conductas se transmiten de generación en generación.

Ocho de cada 10 padres en todo el mundo propinan este tipo de castigos a sus hijos, de acuerdo a un informe de Unicef de 2014. Esta persistencia se da pese a que no hay pruebas claras de sus efectos positivos y, por el contrario, se cuenta con vasta evidencia sobre el daño que produce en el comportamiento y el desarrollo de los chicos, apuntó Gershoff.

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"Nosotros como sociedad pensamos en los azotes y en el abuso físico como comportamientos distintos", sostiene la investigadora. "Sin embargo, nuestra investigación muestra que tienen los mismos efectos negativos, aunque en un grado ligeramente menor".

Gershoff también señaló que los resultados del estudio van en la misma línea de un informe publicado recientemente por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos que pide "campañas de participación y educación públicas y enfoques legislativos para reducir el castigo corporal", incluyendo este tipo de golpes, como un medio para reducir el abuso físico. "Esperamos que nuestro estudio ayude a educar a los padres sobre los daños potenciales de las nalgadas y los lleve a probar formas positivas y no punitivas de disciplina", concluyeron los investigadores.