La muerte se ha vuelto una moneda corriente en nuestra ciudad, el homicidio de Ovidio Jesús Fúnes, conocido como el trapito del Paseo de la Ribera, ha generado una fuerte repercusión social, donde la vida parece no tener sentido y se siente que como comunidad nos encontramos en absoluta vulnerabilidad frente a seres humanos que piensan poco, y ejecutan con un arma, sus emociones violentas.
Si bien es conocido, por las investigaciones realizadas, que aparentemente este hecho fue un ajuste de cuentas, no se puede obviar que acá una personas murió, a plena luz del día, rodeado de muchos otros que recorrían la ciudad con tranquilidad, disfrutando de una tarde de domingo.
Un jovencito recibió un disparo en su gorra, que centímetros más abajo podría haber cobrado con su existencia, simplemente por el hecho de estar allí, en el momento y lugar equivocado.
Un video, que se ha viralizado en las redes sociales, llegó a nuestro medio de comunicación y muestra los minutos posteriores a los tiros recibidos por Ovidio, tirado ensangrentado en una heladería. Parece realizar sus últimos suspiros en brazos de una mujer que llora y el cuadro se vuelve una escena violenta de una película que es parte de la realidad que hoy vivimos todos.
Ovidio, quien de acuerdo a los que lo conocían, tuvo una vida dura e hizo de la calle su escuela, finalizó con 25 años su historia, Él se lleva consigo el entendimiento o no de un ajuste de cuentas que lo dejó expuesto a las manos de la muerte, Él nació sin estrella, sin posibilidades, quizás no le enseñaron que podía tener otro destino, quizás su vida estuvo signada de pequeñas muertes que lo llevaron a un final anunciado.
Quizás nadie le prestó real atención hasta este momento, cuando su vida, inmersa en un mundo de tecnología, redes e información, se volvió noticia y su imagen ensangrentada lucha en el último aliento por sobrevivir, hecho que logra, más allá de su muerte y que se reitera cada vez que alguien lo vuelve a ver…
La vida parece no tener sentido para muchos y acabar con la misma es tan fácil como pisar un bicho cascarudo. La conciencia se ha vuelto algo demasiado sutil, no nos pesa, al horror lo digerimos en fuertes dosis cotidianas, nos indignamos en la misma medida que lo consumimos, avalamos con nuestras acciones lo que éticamente criticamos porque es políticamente correcto. Nos encanta anticipar estas muertes, porque hay uno menos de “esos muchachos” que poco nos gustan y que son producto de una sociedad corroída, que ha gestado sus propios monstruos, los que obviamente quedan a las orillas y que de vez en cuando incluimos como un acto de contrición.
Los responsables son los que mataron a Ovidio, los que perpetuamos su agonía somos los que seguimos replicando y viendo el suave dolor que expira con una vida. 

Por Laura Pereyra