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14/12/2015 19:42 hs

Douglas Tompkins: un bicho raro de los negocios

Internacionales - 14/12/2015 19:42 hs
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Con sus marcas The North Face y Esprit revolucionó el rubro de la ropa deportiva, pero en los 80 vendió sus empresas para dedicarse a temas ambientales.

Mucho antes de saltar a la fama por ser el dueño de miles de hectáreas en el sur de la Argentina y de Chile, Douglas Tompkins, el multimillonario norteamericano que falleció esta semana cuando practicaba kayak en un lago de la Patagonia chilena, fue un importante empresario textil que se ganó su fortuna desarrollando marcas de indumentaria deportiva.

Si bien en los últimos años, el controvertido filántropo se dedicó full time a la defensa de las causas ambientalistas, nunca escondió que los fondos que destinaba a proteger la flora y fauna en los esteros del Iberá o en el parque nacional Monte León en Santa Cruz, provenían del mundo corporativo.

Su carrera empresarial se inició en la California de la década del '60, en pleno furor hippie, y Tompkins nunca renegó de sus orígenes poco ortodoxos. Su primer gran negocio fue la marca de indumentaria y montañismo The North Face, que nació en 1968 en la ciudad de San Francisco como una empresa con un posicionamiento más cool y sofisticado que sus competidores. En la apertura de la primera tienda, tocó como invitada la banda de rock lisérgico The Grateful Dead.

Desde el primer momento, The North Face apostó a diferenciarse con productos innovadores y su primer gran golpe llegó con el lanzamiento de una carpa en forma de domo, que reemplazaba el hasta ese momento tradicional poste en el medio con una varillas curvas que resistían mejor al viento. El modelo lo copió de los iglús que utilizaban los esquimales y rápidamente se popularizó entre los amantes del camping en todo el mundo.

Con The North Face, también fueron pioneros en el desarrollo de las cadenas de valor locales, bajo la premisa de trabajar con materiales y proveedores que pudieran encontrarse en un radio no mayor a las 150 millas (alrededor de 240 kilómetros).

En la década del '70, Tompkins se desprendió de su empresa a manos de uno de sus socios que a su vez también la vendió (hoy The North Face pertenece a la multinacional VF, dueña también de las marcas Lee y Wrangler) y al poco tiempo lanzó una marca nueva: Esprit.

La nueva marca compartía con The North Face el espíritu alternativo (al menos en un principio) y para este proyecto Tomkins y su esposa Susie comenzaron vendiendo vestidos de mujer en una furgoneta de la marca Volkswagen. Rápidamente, Esprit fue haciéndose más popular y en 1978 -a los siete años de haber comenzando a operar- superó la barrera de los 100 millones de dólares de facturación.

Cansado del capitalismo

De la mano del matrimonio, la marca fue conquistando nuevos terrenos hasta convertirse en una multinacional con presencia en más de 60 países, pero a medida que la empresa crecía, Tompkins se mostraba más descreído de las ventajas del mundo corporativo.

"Descubrí que estuvimos contaminando como loco. Fue un consumismo sin ningún sentido. Cada mañana iba a la oficina y hacía algo que no tenía transcendencia. Por eso pensé qué podía hacer para cruzar la línea y trabajar para frenar la crisis ambiental", explicó alguna vez.

La dicotomía entre un empresario exitoso y un ambientalista preocupado por la contaminación que estaba generando el capitalismo terminó provocando que en 1989 Tompkins decidiera vender su parte en la empresa a manos de su ex esposa Susie. Con los fondos que obtuvo por la venta en Esprit, Tompkins decidió apostar muy fuerte a las tareas ambientalistas en el sur de Chile y la Argentina. Su primer proyecto de gran envergadura fue la creación del parque Pumatín, en la Patagonia, y poco después fue sumando más tierra del este lado de la cordillera de los Andes y también incursionó en la provincia de Corrientes.

Su cruzada ambientalista igualmente no estuvo ausente de las polémicas. Y así como siempre fue tratado como un bicho raro en el mundo de los negocios, de entrada le costó ganarse el respeto de los grupos conservacionistas que miraban con recelo la llegada de este millonario norteamericano.

Los productores locales lo acusaban de ser una traba para el desarrollo de las economías regionales en la Patagonia y para más de una organización ecologista se trataba casi de un arribista. A la vez tampoco terminaba de ser muy bien visto por las autoridades, tanto chilenas como argentinas, que desconfíaban de un extranjero con tantas tierras a ambos lados de las fronteras, y en este sentido tuvo más de un cruce, en especial con el gobierno de la presidenta chilena Michelle Bachelet.

En una de las últimas entrevistas realizada con LA NACION, Tompkins aseguró que no extrañaba el mundo de los negocios. "El estrés sigue existiendo. Ahora estamos trabajando muy fuerte con el gobierno chileno para crear nuevos parque nacionales y en Corrientes estamos con un proyecto para reintroducir especies extinguidas. En términos de presión, la situación es peor que la que vivía en el mundo empresario", sostuvo.

"Me gustaría ser recordado como una persona que pagó su arriendo para vivir en el planeta", fueron las palabras con las que se despidió en la entrevista apenas unas semanas antes de morir a los 72 años de edad.

 

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