En el sínodo de obispos sobre familia no sólo se habla de la cuestión de la comunión de los divorciados vueltos a casar y de los homosexuales, temas que dividen y que seguramente son muy mediáticos. Tal como dijo el Papa, el horizonte de la asamblea va mucho más allá y son muchas las temáticas a discutir.

Fiel reflejo de que, al margen de ello, también salen a flote otros debates, trascendió que un obispo canadiense, Paul-André Durocher, propuso que las mujeres puedan ser diáconos (peldaño anterior a sacerdote), un cargo reservado a los hombres en la Iglesia Católica. La propuesta provocó aplausos en el aula del sínodo.

Durocher, que fue presidente de la Conferencia Episcopal de Canadá y es arzobispo de Gatineau en Quebec, usó los tres minutos que cada padre sinodal tiene para hablar para poner sobre el tapete el papel de la mujer en la Iglesia, para muchos discriminada, ya que no puede acceder al sacerdocio y jamás tuvo cargos de poder.

En el texto que leyó ante los 270 padres sinodales, Durocher dijo que casi un tercio de las mujeres del mundo son víctimas de violencia doméstica, según las estadísticas más recientes de la Organización Mundial para la Salud (OMS).

Recordó luego que Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Familiaris Consortio(1981), había hecho un fuerte llamado a acciones pastorales que superaran definitivamente las ofensas contra la dignidad de las mujeres. "Lamentablemente, más de 30 años después, las mujeres siguen enfrentando discriminación y violencia de manos de los hombres, incluso de sus maridos", agregó. Frente a esa "triste y dramática realidad", Durocher propuso al sínodo que declarara claramente que "una apropiada interpretación de las Escrituras nunca puede justificar el dominio del hombre sobre la mujer".

"Pero debemos ir más allá", agregó, y llamó a mostrarle claramente al mundo la igual dignidad de mujeres y hombres en la Iglesia, al proponer poner en marcha un proceso para que puedan ser diáconos.

Antes de sorprender con la iniciativa, el obispo canadiense citó a Benedicto XVI, papa emérito, cuando, en un discurso al clero romano en 2006, habló de la posibilidad de "darles más espacio, más tareas y responsabilidades a las mujeres".

Los diáconos en la Iglesia son ministros que tienen un cargo diferente al del sacerdote, con funciones de asistencia en el ejercicio del culto (distribución de la eucaristía, predicación y administración del bautismo). En cambio, los sacerdotes son los únicos que pueden celebrar misa o confesar a los fieles.

El diaconato se consideró durante mucho tiempo una etapa hacia el sacerdocio, pero el Concilio Vaticano II restableció el diaconato permanente, accesible a hombres casados, que asisten a los curas o los sustituyen en algunas ceremonias.

Al margen de proponer el diaconato permanente para las mujeres, Durocher pidió que el sínodo considerara la posibilidad de que hombres y mujeres casados, bien entrenados y acompañados, pudieran obtener el permiso para hablar durante homilías en las misas "para mostrar la relación entre el Evangelio y las vidas de esposos y padres". Además, con el fin de reconocer "la igual capacidad de las mujeres de asumir cargos donde se toman decisiones en la Iglesia", también llamó a recomendar la designación de mujeres en posiciones de toma de decisión en la curia romana, o en otras curias diocesanas.

El Papa, más de una vez -la última, en el vuelo de regreso de Filadelfia-, dijo que es necesario profundizar la teología de la mujer, exaltó su rol y señaló que es necesario un mayor espacio para ellas. Pero reiteró la postura de Juan Pablo II, que, luego de analizar la cuestión, le cerró la puerta al sacerdocio femenino.

Ayer, ante una pregunta sobre la propuesta del diaconato femenino, el cardenal Edoardo Menichelli, obispo de Ancona, admitió que es verdad que surgió el tema, pero recordó que "ni los círculos menores [los grupos en los que están trabajando ahora los obispos] ni el sínodo son lugares de decisión".




La Nación