Un hecho doloroso marcó la tragedia que estos días rodó por las calles de Las Delicias, contenida en un barrio humilde, detenida por policías para que quede allí, para que la brutalidad y violencia que genera la exclusión no se escape.
La realidad nos cachetea, nos hace reflexionar, pero somos espectadores. Quienes están padeciendo esto, no somos quienes repudiamos esta situación, sino quienes la están viviendo en carne propia.

Familias que dejaron espantadas sus casas, seres humanos enfrentados con otros, atribuyéndoles que por etnia, país o creencias son responsables de un crimen, pero el fantasma de la xenofobia cobró vida en su máximo esplendor y se cargó contra los hermanos bolivianos con un odio pocas veces visto.

Estamos viendo imágenes fatales, que veíamos por televisión de otros países, reproducirse acá a la vuelta, en nuestra ciudad, en el costado humilde de nuestra comunidad, estamos discriminando, estamos desintegrando un entramado que ha llevado años de trabajo para que unos y otros vivieran en paz, pero parece que eso no importara.

El crimen deberá ser resuelto, investigado y el culpable cumplir con la responsabilidad de haber quitado una valiosa vida, pero en este momento de dolor es cuando más debemos conservar la paz y entender que por la acción de una persona o grupo que han sido crueles con un ser humano no podemos echar a la calle a familias trabajadoras, a personas que son pares, aunque hoy pareciera ser que es un estigma llevar sangre boliviana.

A diario recorro las calles, desde hace años trabajo por la integración de hombres y mujeres, viéndolos como tales, con todo su potencial y sin importar su nacionalidad, orientación sexual o credo. Siento que perder el rumbo de la humanidad del otro, nos pone en un lugar muy poco feliz como sociedad y está hablando mal de nosotros si callamos.


Si reproducimos la discriminación y el odio, si dejamos que mensajes de violencia se vuelvan carne, hagan daño y destruyan al hermano. Por eso es que actúo, desde mi humilde lugar, el que me tocó como Concejal. Pero también actúo como mujer, y como mamá. Actúo por compromiso y por juramento. Escuchar a las jóvenes madres de nacionalidad boliviana diciendo que encontraron en Río Cuarto un lugar para desarrollarse como personas me gratificó por un momento, pero al escuchar que tienen ganas de irse porque no pueden ser parte, porque no los quieren, me genera tristeza y dolor.
 
Arrancarle la tierra a los que la eligieron para vivir en este siglo XXI es como si no les hubieran impedido a los inmigrantes habitar los territorios que hoy nos ven crecer.
El primer martes de Septiembre de este 2014 fue un día muy triste para mí. Somos responsables de la construcción de nuestra historia, somos responsables de la vida y de la muerte de nuestros hermanos, somos responsables de la sociedad que gestamos, todo está en nuestras manos, todos podemos hacerlo y sabemos cuál es el camino, basta de discriminación, respeto hacia todos y todas, inclusión e integración para todos los hermanos de esta tierra.

Este jueves 4 de Septiembre es el Día del Inmigrante. Vaya paradoja, como nos encuentra a los riocuartenses esta fecha!. Ojalá entre todos podamos entretejer el terrible desencuentro del que fuimos parte. Ojalá podamos sacar lo mejor de las equivocaciones mutuas y sanar todo lo que haya que sanar!

Saben, tengo mucha confianza que va a ser así.
Aún cuando presiento lo difícil del desafío.