En los bosques del Chocó ecuatoriano, no muy lejos de Quito, la temporada de aguacatillo anuncia la presencia del más austral de los úrsidos. La posibilidad de ver de cerca al oso andino, u oso de anteojos, en especial en un paisaje donde suele pasar desapercibido, es también el pretexto para hablar de conservación, turismo responsable y política pública.
Llenos de especies, los Andes son también el hogar del oso de anteojos
En los Andes no solo el cóndor pasa. Desde el occidente de Venezuela hasta el norte de Argentina, la gran cordillera sudamericana cobija una especie de la que sabemos relativamente poco. Conocido con diferentes nombres, entre ellos oso andino y oso de anteojos, el único miembro viviente del género Tremarctos se abre paso entre páramos, desiertos y bosques.
Generalista quisquilloso, el oso andino se alimenta sobre todo de plantas. Si bien uno que otro video con tinte amarillista prueba que de tener a la mano carne la consume, el oso andino sigue una dieta prácticamente vegetariana. Incluso cerca de entornos con presencia humana, fenómeno en aumento como resultado de la pérdida de hábitat, el oso sudamericano opta por evitar a las personas antes que por visitar sus botes de basura.