Cuando dejó la carrera de Psicopedagogía, Valu Ramallo sabía que volvería a su amor de toda la vida: la cocina. Entonces encaró Gastronomía y trabajó en un bar, un catering, un comedor... Pero siempre hizo tortas y empezó a vender desde su casa.
Cada cosa que cocinaba la subía a Instagram como una especie de registro propio: "Subía los postres que preparaba para los asados familiares y cada vez tenía más likes. Tenía 400 seguidores y de la nada me empezó a seguir gente que no conocía", cuenta.
En 2014, después de un viaje revelador por Europa, volvió obsesionada con la idea de abrir su propio local. Su hermano, Carlos, que había estudiado Administración, estaba en un momento laboral incierto y quería lanzarse con algo propio. Entonces, decidieron unir fuerzas y emprender como socios. "Carlos me enseñó a llevar registros en Excel, a hacer compras conscientes y a calcular.