Imagina que llegas nuevo a tu trabajo y al preguntarle una duda acerca de algún procedimiento a un compañero, éste te responde con una mala contestación. ¿Qué es lo primero que se te viene a la mente para explicar los motivos de esa respuesta inadecuada por su parte? Lo más probable es que identifiques a ese compañero como grosero, maleducado y que decidas intentar tener las mínimas interacciones posibles con esa persona en el futuro. pero, ¿y si lo que pasa es que ha tenido un mal día? ¿Y si además acaba de ser padre y se ha pasado toda la noche sin dormir? ¿Y si ha tenido una discusión con su pareja justo antes de hablar contigo? Posiblemente estas opciones no te las hayas planteado.

Cuando observamos el comportamiento de una persona tendemos a realizar atribuciones causales internas, o dicho de otro modo, a emplear las características individuales para explicar los motivos de sus actos. Esto quiere decir que ignoramos el contexto o las circunstancias que rodean a esa persona (como su cultura, el rol que juega, sus circunstancias personales, etc) y únicamente otorgamos importancia a la inteligencia o a la personalidad del implicado. El sesgo que explica este fenómeno se denomina en psicología sesgo de correspondencia, sesgo de sobreestimación o sesgo fundamental de atribución.

Tiene sentido que nuestro cerebro utilice este tipo de sesgos si tenemos en cuenta lo difícil y costoso que puede llegar a ser interpretar nuestro entorno. Dada la enorme cantidad de información a la que nos sometemos día a día, las personas tenemos la necesidad de simplificar la realidad para poder asimilarla más fácilmente. Barajar todas las posibles opciones que podrían explicar el comportamiento de los otros sería agotador si lo tuviésemos que llevar a cabo a diario.

El experimento que le dio nombre

Jhones y Harris (1967) realizaron el primer estudio que se acercaba a explicar este sesgo. En él, pedían a los sujetos que leyesen o escuchasen un discurso político y que decidiesen acerca de si quien lo había redactado estaba de acuerdo con el mismo o si se trataba de ideas impuestas. Pensar que cuando alguien dice algo está de acuerdo con lo que dice implicaría un sesgo de correspondencia, ya que asumimos que a esa persona le mueven motivaciones internas a la hora de expresar esa opinión.

En los experimentos se otorgaba a los participantes, además del discurso, una breve información sobre quien lo había escrito (un fragmento de su biografía, supuestas respuestas de examen de ciencias políticas o extractos de otros discursos). Los resultados mostraron que los sujetos tendían a dar un significado al comportamiento sin tener en cuenta los datos que se les habían proporcionado acerca del escritor.

A pesar de que el sesgo de correspondencia sea adaptativo y útil como ya hemos mencionado, a la hora de relacionarnos , puede ser un arma de doble filo ya que sobre él se sustentan muchos prejuicios que podrían llevarnos a actuar de forma injusta. Por ese motivo, sabiendo que tenemos esta tendencia natural, es conveniente que de vez en cuando reflexionemos acerca de qué circunstancias rodean a las personas de nuestro entorno cuando queremos valorar sus actos para así fomentar una sociedad más empática y comprensiva.


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