La calma y la catástrofe
Edición del 19 / 04 / 2024
                   
30/03/2019 12:05 hs

Estuvo preso 20 meses y era inocente: la historia de quien huyó de África en busca de un futuro mejor

Argentina - 30/03/2019 12:05 hs
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Gassimou Barry vino de Guinea hace diez años. En septiembre de 2016 halló un teléfono celular que lo llevó a ser acusado por el asesinato de la policía Florencia Peralta. Tras 587 días, en los que padeció ser imputado por homicidio y encubrimiento agravado, el 13 de marzo fue sobreseído. 

Ya pasaron casi dos semanas desde que la Justicia mendocina reconoció su inocencia, pero Gassimou Barry sigue contrariado. Aún no digirió la mezcla de enfado y dolor que siente. No es para menos. Llegó al país hace diez años con el deseo de hallar un mejor futuro y la promesa de ayudar a su familia. Pero se encontró con una pesadilla que jamás imaginó: pasó casi 20 meses detenido acusado de un crimen que no cometió.

Gassim, como lo apodan, emigró de Guinea-Conakri. No sabe con exactitud su fecha de nacimiento, pero estima que fue hace 33 años. Pero sabe con certeza que su papá falleció cuando tenía 11. Con dos hermanas mayores y dos hermanos menores, desde muy chico se puso al hombro la tarea de sostener a la familia. Trabajaba en un taller mecánico.

Años a año fue tramando la "huida". Intentó una vez sin éxito: "Me escapé y fui hasta la frontera, pero mi mamá se enteró y me salieron a buscar y me encontraron", contó a Infobae. Pasó un año y volvió a probar. Fue de pueblo en pueblo como mochilero. Viajaba haciendo dedo: iba en los baúles de los autos, en camiones, a veces hasta arriba del techo. Llegó hasta Senegal, donde vive su tía. Como sabía conducir, llegó con la idea de pedirle ayuda para conseguir un auto y ser chofer. Pero ella lo rechazó. Volvió entonces a ganarse la vida en mecánica.

Luego empezó a trabajar en el puerto. El destino quiso que allí conociera a dos personas que también querían marcharse: el futuro no estaba en ese país arrasado. Y resolvieron concretar el plan de buscar una nueva vida. Una noche vieron un buque carguero y la duda los invadió: "¿Adónde irá este?", dudó uno de ellos. "Si preguntamos nos mandamos al frente", respondió Gassim. Al final, se subieron sin conocer el destino. "No importa a dónde, lo que importa es salir del continente", acordaron entre todos.

La noche de la fuga Gassim se lanzó al mar y nadó hasta llegar al ancla, y desde allí trepó  a un cubículo por sobre la hélice de la embarcación. Al entrar al pequeño espacio, se sorprendió: "Había otros más, que también había planeado irse". Eran dos guineanos, un congoleño y un senegalés. "A partir de ahí teníamos que rezar para que no controlen la zona". Esa era su principal preocupación, que no los encontraran porque -pensaban- los podían arrojar al agua a mitad de camino.

Cuando el barco zarpó, se abrazaron. Más tarde, pasaron por la Isla de Gorea y ya sabían que salían del continente. "Miramos para abajo, escupimos y saludamos: 'Adiós África'".

El viaje no fue fácil. A los cinco días se presentó el primer problema: se les acabó la comida. Desesperados, comenzaron a golpear las paredes metálicas para hacer notar su presencia. Pero del otro lado no había respuestas. Al séptimo día, sedientos, empezaron a beber agua de mar. Más tarde, el hambre confluyó con la incomodidad. Estaban en un cuarto pequeño en el que dos debían ir con las piernas encogidas. Se iban turnando, pero el malestar fue tanto que comenzaron las tensiones: se patearon, se acusaron de intentar lanzar al otro al océano… La vida encerrados en ese pequeño cubículo se hizo intolerable.

Tras trece largos días, llegaron a destino. En diciembre de 2009 arribaron al puerto de San Lorenzo, en Rosario. Fue entonces cuando los tripulantes asiáticos advirtieron la presencia de los polizones. Los cuatro fueron registrados. Al final, solo pudieron quedarse dos. "A los otros los mandaron de vuelta", recuerda Barry.

Gassim se alojó durante más de un año en un centro de rehabilitación de adictos. Al poco tiempo empezó a trabajar en la calle como vendedor ambulante. Juntó unos ahorros y en 2012 abrió un local de ropa. Pero el negocio no prosperó. Durante su estadía por la ciudad santafesina conoció a su pareja, Claudia Rosa, en una feria de colectividades. Un amigo le recomendó a los novios ir a Mendoza y decidieron probar suerte.

En la provincia cuyana alquiló un local y, al año, abrió uno propio. Las cosas parecían funcionar. Pero con el tiempo cerró ambos comercios y empezó otra vez a vender en la calle. Ante la poca actividad en la capital, se le ocurrió visitar pueblos ofreciendo sus productos. Junto a un compañero, el 13 de septiembre de 2016, fueron a San Rafael. Ese mismo día la policía Florencia Peralta (26) fue asesinada, estrangulada con un cable en su casa.

Al día siguiente los ciudadanos guineanos salieron a vender. Pero a las pocas horas la policía le decomisó la mercadería. Gassim les dijo que si les devolvían los productos se marcharían. Los efectivos aceptaron con la condición de que compraran los pasajes y se los mostrasen.

Gassim fue a buscar los pasajes. Camino a la terminal, rodeando la catedral local, vio en el fondo de una acequia un teléfono celular, que al principio pensó que se trataba de una carcasa. "No nos dejaron vender pero por lo menos encontré un teléfono", le dijo con alegría a su compañero. Antes de partir de regreso a Mendoza, compró e instaló el chip. En el micro se sacó la primera selfie y la publicó en Facebook.

A los dos meses, atravesado por una crisis financiera y sin recursos para pagar el alquiler, empeñó aquel celular. La actividad comercial decayó aún más y la pareja decidió una nueva mudanza, esta vez a Buenos Aires. Llegaron a fines de febrero de 2017 y se instalaron en la localidad de El Jagüel, donde reside la familia de Claudia.

El 1 de agosto de ese año Gassim viajó a Rosario. También vendía sus productos en internet al por mayor y le habían encargado una cantidad de cinturones de cuero. Aquel día la policía fue a buscarlo a su casa. Tenía pedido de captura nacional e internacional. Lo arrestaron a la mañana siguiente en Santa Fe. "No entendía nada. Le preguntaba a la policía qué había pasado, por qué me buscaban, pero no me decían nada".

Gassim alcanzó a escuchar el diálogo entre dos oficiales. "Es éste, está involucrado en un homicidio", dijo uno. Al interpretar la conversación, un frío punzante le recorrió la espalda: "Empecé a gritar 'Nooo, están equivocados'".
Gassim fue notificado sobre su situación en un Tribunal, donde le preguntaron por el celular. De allí, lo trasladaron a Mendoza. Pensó que iba a declarar, a decir dónde lo había encontrado y regresar a casa. Creyó que iban a ser 48 o a lo sumo 72 horas. Pero era el inicio de un calvario que duró 587 días.

Al pisar suelo mendocino fue detenido e imputado por homicidio agravado y encubrimiento agravado. Gassim seguía sin comprender. Claudia viajó a Mendoza con la tarea de buscar testigos que pudieran probar la inocencia de su pareja. El principal era el compañero que lo había acompañado a San Rafael. Pero éste, por temor, dijo desconocer el origen celular.

Buscaron entonces al oficial de la Municipalidad que les labró el acta por comercializar en la calle. Pero también dijo no recordar nada. "En esos días me culpaba a mí mismo y me decía 'por qué levanté ese teléfono'. Después hubo momentos en los que pensé en suicidarme", confesó.

El tormento fue menor cuando le concedieron el arresto domiciliario. Dejó una fría y oscura celda para pasar a la casa del abogado Guillermo Rubio, integrante de la Liga Argentina por los Derechos Humanos, que ofreció su vivienda.
A mediados de 2018 el panorama judicial se comenzó a esclarecer. El dueño del hotel en el que se había hospedado dio un testimonio clave: dijo que  a la hora en que se habría cometido el crimen, Gassim estaba en el complejo hotelero. Sin embargo, le rechazaron el pedido de libertad. "Me negaron a libertad por desarraigo, por no tener domicilio fijo, con eso empecé a pensar 'estos me quieren adentro'".

El guineano debió esperar los cotejos de ADN con restos capilares que los investigadores recogieron en la escena del crimen. No entendía -y aún no entiende- por qué tardaron tanto en hacerlo. Tampoco comprendía por qué analizaron el cabello lacio tomado en la casa de Peralta con su pelo, siendo que siempre fue rizado. "Era pobre, inmigrante, con documentación precaria, conmigo tenían un culpable para la causa", pensó.

Finalmente, las pruebas incorporadas al expediente mostraron que él no tenía nada que ver con el crimen. El 11 de octubre le otorgaron la libertad con restricciones. No podía alejarse de San Rafael hasta tanto se resolviera su sobreseimiento. Esto último sucedió el pasado 13 de marzo. Pasó un año y 222 días desde que fue detenido hasta que el juez Sergio González lo desvinculó por completo de la causa.

"Sentí una liberación total porque hubo momentos en que ya no tenía fe. Creo que si no tenía a Claudia, no tenía quién me defienda", dijo Barry.

El mal trago pasó pero a medias. Ahora Gassim desconoce qué será de su vida. No decidió si se irá o no del país. "Te digo la verdad: desde que terminó el caso no sé qué hacer. No sé cómo empezar de vuelta. Siento como si me hubiesen arrebatado algo. Imaginate que uno viene acá a ganarse la vida y lo condenan por asesinato. Para nosotros, en nuestro país, es una vergüenza". Aún está desconcertado por todo lo que le sucedió.  Los silencios en el relato delatan la angustia todavía presente.

Por lo pronto piensa en terminar los trámites de residencia, que nunca pudo resolver, ya que la causa en su contra lo demoró todo. Y tiene en mente otro objetivo: planea ir de vacaciones a Guinea y reencontarse con sus hermanos (su mamá falleció hace 4 años), a los que no ve desde que abandonó su país en busca de un futuro mejor.

Fuente: Infobae

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