"Nunca tuve profesores. Pero aprendí solo, inteligentemente", dice el maestro Gabriel Yabar, desde su atelier en Río Cuarto a Marcelo Arbillaga quién fue hasta su casa para entrevistarlo para “La Vuelta del Perro”. La luz entra entre los cuadros y las estanterías plagadas de historietas. A sus 93 años, Yabar no solo sigue pintando, también da clases de arte a un grupo reducido de alumnos, entre ellos un sacerdote. “Tengo unos ocho o diez. Quiero hacer clases personales, unas buenas clases”, comenta.

Maestro autodidacta y artista prolífico, Yabar recuerda cómo sus primeros pasos en el dibujo comenzaron copiando ilustraciones del diario. Pero el punto de inflexión llegó con una revista: “Mi padre me compró una donde venía el Príncipe Valiente y Tarzán. Yo copiaba para aprender anatomía. Y ahí me fui haciendo fuerte”.

Uno de los momentos más emblemáticos de su carrera fue su trabajo con Héctor Germán Oesterheld, el legendario guionista de El Eternauta. “Yo llegué a Oesterheld por Víctor Hugo Arias. Me presentó y cuando vio mis dibujos, me dijo: ‘El mejor dibujante de historietas no es el mejor dibujante. Es el que mejor cuenta la historia’.” Esa frase, asegura Yabar, la lleva grabada a fuego hasta hoy.

Su colaboración con Oesterheld se extendió a lo largo de 12 o 13 historietas. Algunas, como “Oficial de Reserva” o “Cuentos de la ciudad grande”, llevaban el sello de ambos. En una de esas viñetas, el personaje que aparece es su propio abuelo. “Es mi abuelo materno. Lo dibujé y quedó plasmado para toda la vida”.

Oesterheld, dice, tenía un método muy claro: “Cuadro uno, tal cosa; cuadro dos, tal otra. Grababa los guiones y su secretaria los transcribía. Era tan productivo que firmaba con seudónimos para que no pareciera que toda la revista era escrita solo por él”.
La despedida con Oesterheld fue triste y abrupta. “Nos llamó para tomar un café. Dijo: ‘La revista no va a seguir saliendo’. No explicó por qué. Después supe que desapareció, junto a sus hijas y yernos. Nunca lo olvidé”.

Después de ese golpe, Yabar se volvió a Río Cuarto, abrió un kiosco y trabajó allí 27 años. ¿Se arrepiente? “Lo único que para mí fue fantástico fue tener a mi padre al lado mío todos esos años. Fue el mejor tesoro que viví”.

Hoy, rodeado de sus cuadros y de su personaje favorito —Chaplin— que ha pintado cientos de veces en las situaciones más insólitas, se siente más vivo que nunca: “Me salió el primer Chaplin en un minuto, en el kiosco. Me salió tan lindo que ni me di cuenta, y una señora me lo quiso comprar. Desde entonces, pinté cientos. Chaplin es como un alter ego”.

Y sí, también pinta con café y cuchara. Lo cuenta entre risas mientras muestra sus siluetas femeninas.

Finalmente, cuando se le pregunta qué es el arte, responde sin vueltas:

“El arte es un cosquilleo que acentúa el deseo de expresar algo. Está en la sensibilidad, en la capacidad de observación. Si se vuelve personal, ahí es arte".

Gabriel Yabar, testigo de una época dorada y protagonista silencioso de la historia del cómic argentino, sigue creando. Y como él mismo dice: “Mientras las manos no tiemblen y la cabeza no falle, voy a dar para adelante hasta el último día”.