Un elefante marino del Sur se refresca bajo una paletada de arena. El fotógrafo Paul Nicklen fue atacado mientras buceaba cerca de una colonia de cría. «Uno intentó aplastarme», dice, refiriéndose a un macho de cuatro toneladas. Utilizando la caja de la cámara subacuática a modo de escudo, logró escapar con sólo dos esguinces de muñeca. Hace dos siglos esos encuentros casi siempre eran mortales -para los elefantes marinos-, pero ya no: de ser una carnicería, Georgia del Sur ha pasado a ser un refugio.