Minutos antes de las 9 (hora argentina), el príncipe Harry y la estadounidense Meghan Markle dieron el sí y se casaron en la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor. De la mano, ambos dejaron el castillo pasadas las 9. 

El cura de Windsor, el reverendo David Conner, comenzó el oficio después de que el heredero al trono británico, el príncipe Carlos, acompañará hasta el altar a la novia. 
La actriz estadounidense lleva una tiara con un largo velo y un vestido clásico y sencillo de manga larga y escote barco.

Su madre, Doria Ragland, de 62 años, lleva un traje en un tono verde suave con un pequeño tocado redondo.

Ambas pasaron la noche anterior al enlace en el hotel Cliveden House, cerca de Windsor. Por su parte, Harry y su padrino de boda, su hermano Guillermo, de 35 años, estuvieron en otro hotel cercano, el Coworth Park. 

Harry y Guillermo llegaron unos 20 minutos antes a la iglesia, vestidos de uniforme militar de gala. El novio sirvió varios años en el Ejército y desde diciembre pasado es capitán general de los Royal Marines. Los dos hermanos saludaron a los ciudadanos invitados por la Casa Real al enlace reunidos en el patio del castillo antes de entrar a la iglesia. 

Los invitados a la ceremonia de la boda comenzaron a llegar partir de las 5 (hora argentina) al castillo de Windsor en medio de estrictos controles de seguridad.
En uno de los ingresos dispuestos para los invitados, largas colas de automóviles esperan ser chequeados por la policía antes del ingresar al castillo.
A esa misma hora ya había varias decenas de miles de personas apostadas a lo largo de la avenida The Long Road que finaliza en el ingreso principal del lugar de la ceremonia.

El ingreso a la ciudad y los alrededores está interrumpidos al tránsito y los curiosos deben llegar caminando.

Las hermanas Hellen y Keely Harries, de Windsor, llegaron a las 6 de la mañana (hora británica) con su canasta de picnic, banderas y celebran con champagne desde esa hora. Portan un cartel que dice: 'Meghan, Harry te calza a la perfección'.

Fuente:La Voz